El respaldo de Estados Unidos a Taiwán frente al ascenso militar de China: un momento decisivo

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San José — El vínculo entre Estados Unidos y Taiwán ha sido durante décadas una pieza clave de estabilidad en el Indo-Pacífico. Washington ha brindado apoyo diplomático, económico y militar con el fin de garantizar que la isla permanezca libre de coerciones externas, en particular ante la presión creciente de Pekín. Para la Casa Blanca, mantener a Taiwán como una democracia próspera y segura no es un asunto periférico: constituye un interés nacional estratégico.

Sin embargo, ese respaldo atraviesa hoy una coyuntura crítica. La percepción que crece en varios sectores políticos de Washington es que Taiwán no está asumiendo con suficiente seriedad su propia defensa. Mientras Estados Unidos invierte miles de millones de dólares en Ucrania e Israel, el debate en torno a la isla asiática se torna más exigente: ¿está Taiwán dispuesto a cargar con el peso de su seguridad, o se convertirá en un socio que demanda más de lo que ofrece?

La política doméstica taiwanesa ha contribuido a esa percepción. El Kuomintang (KMT), principal partido opositor, se ha mostrado reacio a aumentar con rapidez el presupuesto de defensa. En 2021 y 2022 bloqueó o congeló partidas claves, transformando un tema que debería unir a toda la nación en una disputa partidaria. Este titubeo no solo envía señales ambiguas a los aliados, también alimenta las dudas en Estados Unidos sobre la verdadera determinación de la isla.

Las cifras hablan por sí solas. El presupuesto militar taiwanés en 2023 rondó los 19 mil millones de dólares, equivalente a un 2,5% de su PIB. China, en contraste, destinó cerca de 240 mil millones de dólares, más de diez veces esa cantidad, en capacidades específicamente diseñadas para intimidar o neutralizar a Taiwán: misiles de corto alcance, naves anfibias, sistemas de guerra cibernética y un incremento sostenido de su flota naval. La asimetría no es solo numérica; es un mensaje político de que Pekín no se detendrá en su propósito estratégico.

En este contexto, Washington observa con creciente impaciencia. El consenso bipartidista que históricamente sostuvo la causa de Taiwán no es eterno. En el Partido Republicano crecen voces que cuestionan compromisos lejanos que no parecen vitales para la seguridad de EE. UU., mientras que en el Partido Demócrata el énfasis suele estar en evitar una escalada con China. Si Taiwán no logra convencer a ambos sectores de que está dispuesto a invertir en su propia supervivencia, corre el riesgo de perder prioridad en la agenda de seguridad estadounidense.

Los analistas coinciden en que el esfuerzo no debe limitarse a aumentar las cifras de gasto, sino a reorientarlas. Taiwán necesita apostar por capacidades asimétricas: drones, defensas aéreas móviles, misiles antibuque, unidades de respuesta rápida y, sobre todo, un sistema de reservistas bien entrenado. También requiere blindar sus infraestructuras críticas frente a ciberataques y posibles bloqueos marítimos, que hoy constituyen una de las amenazas más plausibles.

No faltan quienes, en círculos académicos y de defensa en Estados Unidos, advierten que el equilibrio militar en el estrecho ya se inclinó peligrosamente hacia China. La superioridad numérica de Pekín en barcos, aviones y misiles hace dudar a algunos sobre la capacidad de resistencia inicial de Taiwán en caso de conflicto. Esa percepción, si no se revierte, puede convertirse en profecía autocumplida: fomenta el derrotismo y alienta el cálculo erróneo de China de que una acción militar rápida podría tener éxito.

De ahí la urgencia. Cada año que pasa, la brecha se ensancha y la paciencia de Washington se reduce. Taiwán no puede escudarse en problemas económicos o en la polarización política interna para posponer lo impostergable: garantizar su defensa. Los debates sobre reformas sociales o sobre políticas de bienestar son legítimos, pero ningún asunto doméstico supera en gravedad a la posibilidad de una invasión o un bloqueo.

El mensaje para Taipéi es claro: debe aumentar su gasto en defensa a por lo menos un 5% del PIB en los próximos años, y hacerlo con visión estratégica, priorizando lo que realmente disuada a China. Igualmente, sus líderes tienen que consolidar un consenso interno, evitando que la seguridad nacional se convierta en rehén de intereses partidistas. Finalmente, deben comunicar de forma efectiva al pueblo taiwanés que la preparación no es opcional, sino una condición de supervivencia.

Para Costa Rica y América Latina, el debate no es ajeno. La estabilidad del Indo-Pacífico impacta en las rutas comerciales globales y en la economía internacional. Si China logra expandir su influencia por medio de coerción militar, el precedente repercutirá también en nuestra región, donde el respeto al derecho internacional y a la soberanía es vital.

Taiwán está en un punto de inflexión. Si quiere conservar el respaldo de su principal aliado, necesita demostrar con hechos que es un socio serio, comprometido y consciente del reto existencial que enfrenta. Estados Unidos seguirá siendo su aliado, pero el tiempo y la credibilidad se agotan. La defensa de la isla no es solo un asunto regional; es una pieza central en la competencia estratégica global entre China y Estados Unidos. Y en esa disputa, Taiwán no puede darse el lujo de titubear.

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StayTV Periodista
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