En 1914, dos años después del fatídico viaje del Titanic, salía del astillero de Newport News, Virginia, el vapor SS Medina. Casi un siglo y medio de historias después, ese casco centenario vuelve a cambiar de piel: un comprador privado adquirió lo que llegó a ser el barco de pasajeros activo más antiguo de los océanos y pagó 18 millones de dólares para convertirlo en hotel flotante. Como periodista tico que sigue la pista de proyectos culturales y turísticos, encuentro en esta transformación una mezcla de nostalgia marítima y turismo boutique que merece atención.
La trayectoria del SS Medina está llena de nombres y funciones distintas: fue vapor de pasajeros, quizás sirvió en convoys y cambió banderas y denominaciones a lo largo de su vida. Mantener a flote una embarcación de 111 años exige no solo cariño por la historia sino una inversión enorme en ingeniería, seguridad y permisos. La restauración que desembocó en un hotel respondió a la intención de preservar elementos originales como maderas, herrajes y la estampa de casco tradicional, a la vez que se incorporaron sistemas modernos de climatización, electricidad y salvamento para cumplir con las normativas vigentes.
El proyecto de hotel flotante se anuncia como una experiencia de turismo histórico: suites que conservan la curvatura de los camarotes, salones con vistas a la cubierta y espacios habilitados para exposiciones sobre la vida marítima del siglo XX. Con 18 millones de dólares de inversión, el enfoque fue doble: restauración patrimonial y adaptación a la oferta contemporánea de alojamiento boutique. Esto genera un dilema interesante para conservacionistas y actores del turismo: ¿hasta qué punto se puede modernizar un vestigio histórico sin desvirtuarlo? Aquí, la respuesta parece estar en la búsqueda de equilibrio entre autenticidad y comodidad, algo que los viajeros exigentes valoran cada vez más.
Para el público costarricense y centroamericano, la idea de hospedarse en un barco-hotel con tanta historia suena pura vida y un tanto tuanis, una alternativa distinta a los resorts tradicionales. Proyectos así suelen atraer a amantes de la historia, seguidores del turismo náutico y fotógrafos de viaje que buscan escenarios con alma y pasado.
Queda por ver cómo se integrará el SS Medina a rutas turísticas, si navegará ocasionalmente o quedará amarrado como museo-hotel. Lo cierto es que la inversión de 18 millones coloca al barco en una nueva vida comercial y cultural. Para quienes nos interesa la preservación y el turismo con valor histórico, casos como este son un recordatorio de que el patrimonio marítimo puede reinventarse sin perder su historia, siempre y cuando haya visión, fondos y respeto por las raíces. Pura vida, y que la cubierta conserve su historia para las próximas generaciones.